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Armero, 40 años después: memoria, ciencia y deudas pendientes

Vista aérea de Armero destruido y retrato de Omayra Sánchez durante la tragedia de 1985.

A 40 años de la tragedia de Armero, el país recuerda la destrucción causada por la avalancha del Nevado del Ruiz y la historia de Omayra Sánchez. | Fotos: USGS y archivo histórico.

Cuatro décadas han pasado desde la avalancha del Nevado del Ruiz que arrasó con Armero el 13 de noviembre de 1985. La conmemoración de sus 40 años revive el llamado a fortalecer la gestión del riesgo, preservar la memoria y honrar a las más de 23.000 víctimas.

La noche que marcó la historia del país

El 13 de noviembre de 1985, a las 11:30 de la noche, una avalancha de lodo, hielo y rocas descendió desde el Nevado del Ruiz y sepultó por completo al municipio de Armero, Tolima. La erupción volcánica, producto del calentamiento del casquete glaciar tras varias horas de actividad sísmica y fumarólica, generó flujos de lodo que alcanzaron velocidades superiores a los 40 kilómetros por hora, arrasando viviendas, carreteras y vidas enteras.

La tragedia dejó más de 23.000 muertos, en lo que se considera el segundo desastre volcánico más mortífero del siglo XX. Los sobrevivientes relatan que la noche se volvió un silencio húmedo y absoluto, en el que solo se escuchaban llamados imposibles de responder. A pesar de las alertas previas, la ausencia de sistemas de monitoreo robustos, la débil articulación institucional y la subestimación del riesgo impidieron una evacuación oportuna.

Cuatro décadas después, los restos de lo que fue Armero permanecen como un paisaje fantasma cubierto por vegetación, visitado cada año por familias que aún buscan respuestas y por generaciones que nacieron después, pero que crecieron escuchando que la tragedia “pudo haberse evitado”.

La evolución científica y las lecciones aprendidas

El país que hoy recuerda los 40 años de Armero no es el mismo de 1985. Colombia desarrolló uno de los sistemas de monitoreo volcánico más avanzados de la región, con observatorios en Manizales, Pasto y Popayán, responsables de vigilar de manera permanente los 25 volcanes activos del territorio.

El Nevado del Ruiz, en particular, permanece bajo vigilancia estricta con sensores sísmicos, cámaras térmicas, medición de gases y análisis satelital. Cada variación relevante se comunica de inmediato a los organismos de gestión del riesgo. Tras la tragedia, se creó además el Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres, hoy encabezado por la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres, que coordina respuestas ante amenazas naturales.

Pero la ciencia no basta. Expertos insisten en que Armero enseñó algo más profundo: la importancia de la comunicación clara del riesgo, el fortalecimiento municipal, los planes de evacuación actualizados y la educación comunitaria constante. Un país volcánicamente activo no puede depender solo de sensores; debe depender de ciudadanos informados y autoridades capaces de actuar sin titubeos.

Memoria, territorio y las deudas que aún persisten

A pesar de los avances técnicos, Armero sigue siendo una herida abierta. Las familias que sobrevivieron fueron reubicadas en Guayabal, Lérida y otros municipios cercanos, pero muchas nunca recibieron una reparación integral. Los proyectos de desarrollo prometidos para la zona de influencia han tenido avances irregulares, y la recuperación del territorio ha oscilado entre la memoria y el abandono.

El antiguo casco urbano de Armero se mantiene como un lugar de peregrinación, donde placas, cruces y fotografías conviven entre escombros que la naturaleza intenta devorar. Allí se recuerda también a Omaira Sánchez, la niña cuyo rostro recorrió el mundo y se convirtió en símbolo universal del dolor y la dignidad en medio de la tragedia.

La conmemoración de los 40 años vuelve a plantear una pregunta que atraviesa generaciones: ¿ha hecho Colombia lo suficiente para que un desastre así no vuelva a ocurrir? Las autoridades insisten en que sí; las comunidades piden coherencia, inversión y continuidad. Armero, más que un capítulo trágico, es una advertencia permanente. Y la memoria, cuando se sostiene con responsabilidad, es la herramienta más poderosa para evitar repetir el pasado.